lunes, 19 de abril de 2010

Texto 2

Rayuela (Cortázar, 1977)

Capítulo 34, Fragmento correspondiente al Texto 2
Y las cosas que lee, una novela mal escrita, para colmo una edición infecta, uno se pregunta cómo puede interesarle algo así. Pensar que se ha pasado horas enteras devorando esta sopa fría y desabrida, tantas otras lecturas increíbles, Elle y France Soir los tristes magazines que le prestaba Babs. Y me fui a vivir a Madrid, me imagino que después de tragarse cinco o seis páginas uno acaba por engranar y ya no puede dejar de leer, un poco como no se puede dejar de dormir o de mear, servidumbres o látigos o babas. Por fin supe hallar un término de conciliación, una lengua hecha de frases preacuñadas para transmitir ideas archipodridas, las monedas de mano en mano, de generación degeneración, te voilà en pleine écholalie . Gozar del calor de la familia, ésa es buena, joder si es buena. Ah Maga, cómo podías tragar esta sopa fría, y qué diablos es el Pósito, che. Cuántas horas leyendo estas cosas, probablemente convencida de que eran la vida, y tenías razón, son la vida, por eso habría que acabar con ellas. (El principal, qué es eso.) Y algunas tardes cuando me había dado por recorrer vitrina por vitrina toda la sección egipcia del Louvre, y volvía deseoso de mate y de pan con dulce, te encontraba pegada a la ventana, con un novelón espantoso en la mano y a veces hasta llorando, sí, no lo niegues, llorabas porque acababan de cortarle la cabeza a alguien, y me abrazabas con toda tu fuerza y querías saber adónde había estado, pero yo no te lo decía porque eras una carga en el Louvre, no se podía andar con vos al lado, tu ignorancia era de las que estropeaban todo goce, pobrecita, y en realidad la culpa de que leyeras novelones la tenía yo por egoísta (polvorosas plazuelas, está bien, pienso en las plazas de los pueblos de la provincia, o las calles de La Rioja, en el cuarenta y dos, las montañas violetas al oscurecer, esa felicidad de estar solo en una punta del mundo, y elegantes teatros. ¿De qué está hablando el tipo? Por ahí acaba de mencionar a París y a Londres, habla de gustos y de fortunas, ya ves, Maga, ya ves, ahora estos ojos se arrastran irónicos por donde vos andabas emocionada, convencida de que te estabas cultivando una barbaridad porque leías a un novelista español con foto en la contratapa, pero justamente el tipo habla de tufillo de cultura europea, vos estabas convencida de que esas
lecturas te permitirían comprender el micro y el macrocosmo, casi siempre bastaba que yo llegara para que sacases del cajón de tu mesa —porque tenías una mesa de trabajo, eso no podía faltar nunca, aunque jamás me enteré de qué clase de trabajos podías hacer en esa mesa—, sí, del cajón sacabas la plaqueta con poemas de Tristan L’Hermite, por ejemplo, o una disertación de Boris Schloezer, y me las mostrabas con el aire indeciso y a la, vez ufano de quien ha comprado grandes cosas y se va a poner a leerlas en seguida. No había manera de hacerte comprender que así no llegarías nunca a nada, que había cosas que eran demasiado tarde y otras que eran demasiado pronto, y estabas siempre tan al borde de la desesperación en el centro mismo de la alegría y del desenfado, había tanta niebla en tu corazón desconcertado. Impulsando a los que se estacionaban en las mesas, no, conmigo no podías contar para eso, tu mesa era tu mesa y yo no te ponía ni te quitaba de ahí, te miraba simplemente leer tus novelas y examinar las tapas y las ilustraciones de tus plaquetas, y vos esperabas que yo me sentara a tu lado y te explicara, te alentara, hiciera lo que toda mujer espera que un hombre haga con ella, le arrolle despacito un piolín en la cintura y zas la mande zumbando y dando vueltas, le dé el impulso que la arranque a su tendencia a tejer pulóvers o a hablar, hablar, interminablemente hablar de las muchas materias de la nada. Mirá si soy monstruoso, qué tengo yo para jactarme, ni a vos te tengo ya porque estaba bien decidido que tenía que perderte (ni siquiera perderte, antes hubiera tenido que ganarte), lo que en verdad era poco lisonjero para un hombre que... Lisonjero, desde quién sabe cuándo no oía esa palabra, cómo se nos empobrece el lenguaje a los criollos, de chico yo tenía presentes muchas más palabras que ahora, leía esas mismas novelas, me adueñaba de un inmenso vocabulario perfectamente inútil por lo demás, pulcro y distinguidísimo, eso sí. Me pregunto si verdaderamente te metías en la trama de esta novela, o si te servía de trampolín para irte por ahí, a tus países misteriosos que yo te envidiaba vanamente mientras vos me envidiabas mis visitas al Louvre, que debías sospechar aunque no dijeras nada. Y así nos íbamos acercando a esto que tenía que ocurrirnos un día cuando vos comprendieras plenamente que yo no te iba a dar más que una parte de mi tiempo y de mi vida, y de diluir fatigosamente sus relatos, exactamente esto, me pongo pesado hasta cuando hago memoria. Pero qué hermosa estabas en la ventana, con el gris del cielo posado en una mejilla, las manos teniendo el libro, la boca siempre un poco ávida, los ojos dudosos. Había tanto tiempo perdido en vos, eras de tal manera el molde de lo que hubieras podido ser bajo otras estrellas, que tomarte en los brazos y hacerte el amor se volvían una tarea demasiado tierna, demasiado lindante con la obra pía, y ahí me engañaba yo, me dejaba caer en el imbécil orgullo del intelectual que se cree equipado para entender (¿llorando a moco y baba?), pero es sencillamente asqueroso como expresión). Equipado para entender, si dan ganas de reírse, Maga. Oí, esto sólo para vos, para que no se lo cuentes a nadie. Maga, el molde hueco era yo, vos temblabas, pura y libre como una llama, como un río de mercurio, como el primer canto de un pájaro cuando rompe el alba, y es dulce decírtelo con las palabras que te fascinaban porque no creías que existieran fuera de los poemas, y que tuviéramos derecho a emplearlas. Dónde estarás, dónde estaremos desde hoy, dos puntos en un universo inexplicable, cerca o lejos, dos puntos que crean una línea, dos puntos que se alejan y se acercan arbitrariamente (personalidades que ilustraron el apellido de Bueno de Guzmán, pero mirá las cursilerías de este tipo, Maga, cómo podías pasar de la página cinco...), pero no te explicaré eso que llaman movimientos brownoideos, por supuesto no te los explicaré y sin embargo los dos, Maga, estamos componiendo una figura, vos un punto en alguna parte, yo otro en alguna parte, desplazándonos, vos ahora a lo mejor en la rue de la Huchette, yo ahora descubriendo en tu pieza vacía esta novela, mañana vos en la Gare de Lyon (si te vas a Lucca, amor mío) y yo en la rue du Chemin Vert, donde me tengo descubierto un vinito extraordinario, y poquito a poco, Maga, vamos componiendo una figura absurda, dibujamos con nuestros movimientos una figura idéntica a la que dibujan las moscas cuando vuelan en una pieza, de aquí para allá, bruscamente dan media vuelta, de allá para aquí, eso es lo que se llama movimiento brownoideo, ¿ahora entendés?, un ángulo recto, una línea que sube, de aquí para allá, del fondo al frente, hacia arriba, hacia abajo, espasmódicamente, frenando en seco y arrancando en el mismo instante en otra dirección, y todo eso va tejiendo un dibujo, una figura, algo inexistente como vos y como yo, como los dos puntos perdidos en París que van de aquí para allá, de allá para aquí, haciendo su dibujo, danzando para nadie, ni siquiera para ellos mismos, una interminable figura sin sentido.” Cortázar, Julio (2005) Rayuela, México, Alfaguara, págs. 216 - 221